domingo, 26 de marzo de 2017

A veces la vida va pasando tan rápido que no te da tiempo a pensar, hasta que llega un día que todo se detiene. Es entonces cuando te cuestionas todo lo que has hecho hasta ahora, y te das cuenta de todo. No importa el motivo que te ha hecho llegar a estar así, lo único importante es que ahora estás anclada en tu propia vida y no sabes como salir. Quizás es el orgullo o la dignidad, o simplemente, algo que no quieres que vean por miedo a que te juzguen o rechacen. Evitas un pesar en los demás pero no haces nada para evitartelo a ti mismo. 
Te dices que es temporal, que va a pasar, que solo es un mal día. Otro mal día. Pero sabes que no lo es. Todo aquello que solías hacer, que te hacía feliz, parece que ha desaparecido. Y es por eso por lo que ya nada te motiva, ¿por qué seguir haciendo cosas si ya nada te hace feliz? Te alejas de todo, de todos, y te avergüenzas de las cosas que has hecho y de las que no has hecho. Y de repente ocurre, quieres salir, conocer gente nueva y pasarlo bien; pero ese impulso no dura mucho porque sabes que al final no funcionará. 
No tienes interés por nada, y lo único que quieres es quedarte en la cama todo el día, porque piensas que es tu zona de confort. Después de llegar a este punto tienes dos opciones: luchar por volver a ser feliz, por volver a ser como antes y recuperar todo lo que has perdido; o seguir en ese estado en el que vas a ir ahogándote cada vez más hasta que llegues a un momento en el que sea imposible volver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario